4º ENTREVISTA:


YO GUARDABA LA ROPA. Shalom, amigo: ¿Sabes una cosa? Que me estoy interesando por tu vida. Decías el otro día que no estabas de acuerdo con tu maestro Gamaliel en la postura adoptada frente a los cristianos. ¿Por qué esa fobia contra ellos? -Mi condición de fariseo. Yo era incapaz de resignarme ante el nacimiento del cristia-nismo y menos cuando los primeros conver-sos eran gente de mi pueblo y de mi religión. Muy pronto me sumé a los de la sinagoga de los Libertos, cirenenses y alejandrinos, así como a los de Cilicia y Asia, que discutieron acaloradamente con Esteban, el diácono. (Hechc. 6, 8 – 7). Ah, he oído hablar del primer mártir San Esteban. Cuéntame, por favor, lo que pasó. -Te lo cuento: Esos miembros de la sina-goga discutieron con Estéban, pero no podí-an con su sabiduría. Buscaron a unos hom-bres para que acusaran a Esteban de blas-femo contra Moisés y contra Dios. Este hombre, decían, no para de hablar en contra del Lugar Santo y de la Ley. Preguntado por el Sumo Sacerdote en el Sanedrín pronunció un largo discur-so, en el que presentó toda la Histo-ria de la salvación: desde la llamada de nuestro padre Abraham hasta el rey Salomón. PALABRA DE DIOS Bueno, perdona que te inte-rrumpa, pero eso no era nada falso ni ofensivo.

-Así es, amigo: lo que pasa es que, al final, les echó en cara lo que sus padres hicieron con los profetas: que los mataron y les acusó de haber traicionado y asesinado al Justo (refiriéndose a Jesús de Nazaret). Yo pensaba igual que los miembros del Sanedrín y vi bien que apedrearan a Estéban. De hecho yo estaba allí. A mis pies pusieron sus ropas los testi-gos, a quienes, según la ley, corres-pondía ser los primeros en ejecutar la sentencia. (Dt.17,7).

Yo aprobé su muerte. A pesar de todo, hoy siento que el Señor me perdona y me quiere. Nos veremos otro día. Hasta entonces, amigo Saulo, dame un apretón de manos.