Vivir la Cuaresma


  
VIVIR LA CUARESMA
Melitón Bruque García

1. Introducción. Cuaresma y Carnaval

La CUARESMA comienza justamente a continuación del CARNAVAL. ¿Por qué esta coincidencia?
La palabra CARNAVAL significa “adiós a la carne”, y su origen se remonta a los tiempos antiguos en los que, por falta de métodos de refrigeración adecuados, los cristianos tenían la necesidad de acabar, antes de que empezara la Cuaresma, con todos los productos que no se podían consumir durante ese período (no sólo carne, sino también leche, huevos, etc.).
Con este pretexto, en muchas localidades se organizaban el martes anterior al Miércoles de Ceniza, fiestas populares llamadas carnavales, en los que se consumían todos los productos que se podrían echar a perder durante la Cuaresma.
Muy pronto empezó a degenerar el sentido del carnaval, convirtiéndose en un pretexto para organizar grandes comilonas y para realizar también todos los actos de los cuales se "arrepentirían" durante la Cuaresma, enmarcados por una serie de festejos y desfiles en los que se exaltan los placeres de la carne de forma exagerada, tal como sigue sucediendo en la actualidad en la gran mayoría de pueblos y ciudades: vemos en ellos cómo estos festejos se han convertido en una fiesta absolutamente pagana, en oposición a la costumbre original; así lo podemos constatar claramente en los lugares en donde el carnaval se ha convertido en espectáculo para el mundo.
Frente a esto, la Cuaresma ha venido cogiendo la imagen totalmente contraria, resultando como una especie de paronazo y hasta un “castigo” por una vida casi degradada, que queda expresada en los desmadres del carnaval, fiestas que hoy se potencian con mucha más fuerza y en las que se hace hasta mofa de la Iglesia, por ser la que durante siglos le hacía frente a esos excesos.
Pero este sentimiento que podría entenderse en aquellos que viven al margen de la Iglesia, resulta que es también típico de muchos que se confiesan cristianos y, en lugar de ver este tiempo como realmente es, con su significado profundo, lo ven como tiempo en el que la Iglesia parece que “obliga” a sentirse culpables y a someterse a prácticas antinaturales y masoquistas.
Realmente es una pena que sentimientos de este tipo puedan ocupar la mente y el corazón de un cristiano, cuando es absolutamente todo lo contrario. Para poner un ejemplo, voy a tomar algo que nos ayude a entenderlo: imaginen una pareja de novios que deciden casarse y se dedican a buscar el piso, a buscar los trajes, el salón... en suma, a prepararse para el acontecimiento. Efectivamente es algo engorroso, pero no deja de tener la magia de un acontecimiento que va a cambiar sus vidas desde lo más grande que existe, que es el amor que ambos se tienen. Por eso es necesario borrar esa imagen oscurantista que tenemos de la Cuaresma y llenarla de otra ilusión distinta.
La Cuaresma no es tampoco un tiempo cerrado en si mismo lleno de dolor y sacrificio sin sentido, un camino que no tiene salida, sino que es un camino abierto a la resurrección. Si se nos pide un esfuerzo no es para fastidiarnos y encontrar “morbo” en el fastidio, sino para abrirnos más radicalmente a la gran alegría de lo que expresa la Pascua: el amor sin límites, salvador y renovador, de Dios.
Ciertamente sí es un tiempo de esfuerzo, de cambio, de penitencia, pero no es por ponerse castigos y sufrir por el gusto de sufrir, sino para quitar obstáculos que puedan impedir el vivir la alegría de la resurrección y al Espíritu de Dios que nos llega con ella.

2. La historia de la Cuaresma

Al principio, los cristianos sólo tenían una fiesta: el domingo. Pero no porque aquel día fuera fiesta civil (que no lo era, era un día como cualquier otro en la sociedad), sino porque ellos se reunían para celebrar la Eucaristía. Era la conmemoración -el memorial- semanal de la Pascua del Señor, no como un simple recuerdo, sino como algo actual que daba sentido y fuerza a su fe.
El centro de esa celebración era el recuerdo de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, que fue, incluso, lo primero que se escribió para que se recordara y se quedara grabado en la mente y en el corazón de todos los cristianos.
Más adelante, las distintas comunidades cristianas coincidieron en el deseo de celebrar un día al año, con especial solemnidad, la Pascua, recordando las fechas en que había muerto Jesús, algo parecido a lo que hacemos nosotros cuando al cabo de año celebramos la Eucaristía recordando a un ser querido que ha muerto.
Como ellos eran judíos, también se sentían parte de aquel pueblo. Por eso comenzaron a unir sus celebraciones haciéndolas coincidir con las judías. Así, aquel acontecimiento judío en el que reconocían la actuación de Dios en su historia, haciéndolos salir de Egipto y dándoles la libertad, cosa que a Jesús también le hacía vibrar y sentirse orgulloso de pertenecer al pueblo, ellos empezaron a unirlo con lo que Jesús, el nuevo Moisés, había hecho con ellos, dándoles la libertad y posibilitándoles sentirse hijos de Dios.
Entonces, este momento especial del año en el que celebran la muerte y la resurrección de Jesús, lo hacen coincidir con la Pascua Judía y, como ésta se rige por el calendario judío que tiene una estructura diferente al nuestro, vemos que unos años es antes y otros después, dependiendo de las fases de la luna, que es en lo que se basa el recuento judío de los días, las semanas y los meses.
En la tradición cristiana Jesús habría sido crucificado el Viernes Santo, coincidiendo con el viernes de la pascua judía, pero para evitar el tener que estar calculando cuándo cae la pascua judía cada año, en el Concilio de Nicea el año 325 se estableció que el primer día de la pascua, el Domingo de Resurrección, sería el primer domingo después de la luna llena, inmediatamente después del equinoccio de primavera: por ejemplo, si el equinoccio de primavera es el 21 de marzo, el Domingo de Resurrección será el domingo siguiente a la luna llena después de ese día, y la semana de pasión será los días anteriores.
Esta celebración de la PASCUA fue cogiendo cada vez más fuerza y suscitó una preparación para estos días del triduo pascual: viernes, sábado y domingo. En un principio esta preparación inmediata se hacía durante una semana, luego fueron tres hasta que se determinó que fueran CUARENTA días.
¿Y por qué se concretó en que fuesen cuarenta días? CUARENTA es un número simbólico en la Biblia (en aquellos tiempos eran muy aficionados a la simbología de los números: tres, siete, cuarenta...). “CUARESMA” significa “Cuarenta días o años”, es un número simbólico que significa “tiempo completo o adecuado” de preparación, de prueba, de purificación para el encuentro con Dios. Es un signo que se halla en toda la historia de la salvación.
Cuarenta es también un número que está muy presente en todos los libros del Antiguo Testamento. Podemos ver este signo de los 40 días en el diluvio (Gn. 6,17), un castigo medicinal en el que Dios salva y destruye, que termina con la alianza firmada con el arco iris.
Otra “Cuaresma” es la de Moisés (Ex. 24): allí permaneció cuarenta días y cuarenta noches y, cuando bajó, el pueblo estaba adorando al becerro y aquello fue un desastre. Después subió y permaneció otros cuarenta días (Ex. 34. Dt. 9,9) y concluye felizmente con la donación de las tablas con la ley.
Otra “Cuaresma” que podemos ver es la de Elías que se va al desierto (I Re. 19) y camina cuarenta días y cuarenta noches hasta llegar al monte Horeb. Allí tiene Elías su experiencia de encuentro con el Señor, donde siente su llamada a ser profeta.
Otra “Cuaresma” es la de Nínive ante la predicación de Jonás, que termina con el perdón de los ninivitas.
La otra gran “Cuaresma” del A.T. es la del pueblo durante cuarenta años en el desierto, en la que el pueblo se encuentra con Dios y constata sus maravillas: el maná, las codornices, el agua... aunque al final la infidelidad del pueblo hace que todo sea un fracaso.
Pero, sobre todo, influyó la narración evangélica sobre los cuarenta días que Jesús vivió en el desierto, en oración, ayuno y lucha contra las tentaciones, antes de iniciar su anuncio de la Buena Noticia.
En la Edad Media, este sentido de preparación exigente pero también gozosa, se redujo en buena parte debido al aspecto penitencial: ayuno, privaciones, etc. Quizá es la causa de la mala imagen de la Cuaresma. Ello ocasionó también que se adelantara su inicio del primer domingo de Cuaresma al miércoles anterior, el actual Miércoles de Ceniza, para que fueran realmente cuarenta días de ayuno (ya que según la tradición cristiana, los domingos no se debe ayunar).
Dos aspectos más que conviene tener en cuenta. Uno, que la Cuaresma coincidía en los primeros siglos con el tiempo de más intensa preparación de los adultos que se bautizarían en la Vigilia Pascual (los catecúmenos). El otro es que también eran las semanas en que los entonces denominados "pecadores públicos" -los que por algunos graves pecados habían sido excluidos de la comunión- se preparaban para su reconciliación en la celebración comunitaria de la penitencia del Jueves Santo.

3. Medios que nos ayudan a vivir este tiempo

3.1. La ceniza

Con estas premisas que hemos planteado abrimos esta etapa de preparación con un gesto muy sencillo: reconociendo que tenemos muchos fallos, que necesitamos dar un cambio en nuestras vidas para abrirnos a la esperanza. Hacemos por ello un signo de humildad expresando nuestra debilidad humana y nuestro deseo de “quemar” nuestros egoísmos, nuestras comodidades, nuestras cerrazones, nuestros intereses, nuestros resentimientos... todo aquello que nos impide dejar que la luz de Cristo resucitado inunde nuestras vidas. Éste es el componente que ponemos nosotros para dejar el terreno dispuesto para que Cristo lo llene.
En este camino de preparación que iniciamos, tenemos algunos medios que nos ayudan a ir poniendo al día nuestras actitudes y disposiciones personales: ¡cuántas cosas deberíamos “quemar” de nuestra vida que nos tienen amarrados y no nos dejan levantar el vuelo!

Origen de la costumbre

¿Cómo nace la costumbre de ponerse ceniza y por qué? Antiguamente los judíos acostumbraban cubrirse de ceniza cuando hacían algún sacrificio, y los ninivitas también usaban la ceniza como signo de su deseo de conversión de su mala vida a una vida con Dios.
En los primeros siglos de la Iglesia, las personas que querían recibir el Sacramento de la Reconciliación el Jueves Santo, se ponían ceniza en la cabeza y se presentaban ante la comunidad vestidos con un "hábito penitencial". Esto representaba su voluntad de convertirse.
En el año 384 d.C., la Cuaresma adquirió un sentido penitencial para todos los cristianos y, desde el siglo XI, la Iglesia de Roma acostumbra a poner las cenizas al iniciar los 40 días de penitencia y conversión.
Las cenizas que se utilizan se obtienen quemando las palmas usadas el Domingo de Ramos de año anterior. Esto nos recuerda que lo que fue signo de gloria pronto se reduce a nada.
La imposición de ceniza es una costumbre que nos recuerda que algún día vamos a morir y que nuestro cuerpo se va a convertir en polvo. Nos enseña que todo lo material que tengamos aquí se acaba. En cambio, todo el bien que tengamos en nuestra alma nos lo vamos a llevar a la eternidad. Al final de nuestra vida, sólo nos llevaremos aquello que hayamos hecho por Dios y por nuestros hermanos los hombres.
Cuando el sacerdote nos pone la ceniza, debemos tener una actitud de querer mejorar, de querer tener amistad con Dios. La ceniza se le impone a los niños y a los adultos.
Pero en el fondo de todo esto, lo que ha de haber ha de ser una auténtica decisión de cambio, unas ganas de ser mejor: el resto de cosas no son más que signos que de alguna manera nos comprometen, pues libremente decimos a quienes nos rodean que queremos cambiar.
El peligro, como siempre, es quedarnos anclados en lo que la ley manda, que en un momento pudo indicarnos algún gesto con el que expresáramos nuestra decisión de cambio; entonces nos esforzamos por repetir el gesto, pero nos reservamos el cambio.

3.2. La limosna

La limosna nos ayudará a remover en nuestro interior esas entrañas de misericordia que todo ser humano ha de tener con sus semejantes; y eso se expresa, no sólo dando unos euros, sino acercándome a las necesidades del otro, que pueden ser de tiempo, de comprensión, de escucha, de ánimo, de atención, de acompañamiento, de implicación en acciones sociales y eclesiales, de solidaridad a todos los niveles… Es mucho más fácil dar cinco euros  que una hora de tiempo a quien me cae mal.

3.3. La oración

En este mundo de ruidos y prisas, estamos necesitados, todos, de momentos de sosiego, de paz interior para poder escuchar a Dios y a los hermanos, momentos en los que prestemos un poco de atención a la llamada que nos viene haciendo Dios y que no tenemos tiempo para detenernos y escucharla. Es un tiempo muy bueno porque la liturgia nos va presentando unos textos que marcan unas pautas extraordinarias para enfrentarnos con nuestras vidas.

3.4. El ayuno y la abstinencia

No se trata de ponernos en dieta para mejorar el tipo, aunque tampoco nos vendría mal un cierto tipo de dieta espiritual que nos ayude a no dejar que echen raíces en nuestras vidas ciertos hábitos, gustos y tendencias que deterioran nuestras vidas y las de la comunidad en donde vivimos. Por ejemplo: el aprender a escuchar, el privarme de ciertos programas y aprender a dialogar con la familia, con la pareja, con los abuelos... Se trata también de un ayuno que nos enseñe a compartir algo de lo que derrochamos con aquellos que realmente tienen que ayunar a la fuerza.
Podríamos poner una gran lista de cosas que nos harían un bien enorme si ayunáramos un poco y nos abstuviésemos, pongamos algunos ejemplos que nos pueden servir de orientación. Hoy estamos hartos de carne y de manjares, pero es mucho más fácil y llevadero abstenerse de la carne que de la TV, del móvil, de Internet, de los programas basura, de comprar cosas que no nos sirven para nada, de utilizar el coche para ir a la esquina a comprar tabaco; es mucho más fácil cumplir con la norma de no comer carne los viernes de Cuaresma que abstenerme de la cerveza diaria o del café o del tabaco, con lo que me haría y haría un bien enorme a mí mismo y a la gente que tengo a mi alrededor.

3.5. El desierto

Tampoco nos vendría mal y nos ayudaría a estar en forma y cambiaría mucho de nuestra forma de vivir si fuéramos capaces de hacer “desierto” en nuestras vidas, es decir, si fuéramos capaces de aislarnos un poco del ritmo trepidante de nuestra sociedad, que invade nuestra mente y nuestra vida y nos convierte en masa deforme que se deja manipular por quien tiene los hilos de la marioneta.
¡Cuánto bien nos haría tomarnos en serio la recomendación que nos hace la Iglesia y que nos pone en disposición de sentir lo que la Pascua significa para nuestras vidas!
¡Cuánto bien nos haría que fuéramos capaces de incorporar a nuestra vida ciertas actitudes que le dieran otro colorido, como el dedicar cada día, aunque fueran cinco minutos, a pensar en ellas y en la misión que tenemos!
¡Cuánto bien me haría si de vez en cuando me sentara cinco minutos a no hacer nada y sentir que Dios me regala la vida y el aire que respiro y le diera las gracias, si fuera capaz de hacer un paréntesis en mi vida para escuchar atentamente a mi hijo, a mi madre, a mi padre, a mis hermanos, a mis amigos, a las personas que me rodean… para que pudiéramos contarnos cómo nos va la vida, pensando que esas personas son lo más importante que hay en mi vida…!
¡Cuánto bien me haría si antes de empezar o de acabar el día, dedicara un rato a la oración o a la meditación, dejando a Dios un espacio en mi agenda para que sea Él quien lo ilumine todo!
De este desierto estamos todos necesitados y es necesario que le dejemos un espacio en nuestra vida, si es que queremos que tenga sentido y que la vivamos en plenitud, pero es más fácil quedarnos con la norma de “no comer carne los viernes” y vivir tranquilos diciendo que ya hemos “cumplido” con lo que manda la Iglesia. ¡Pero no es eso lo que nos dice la Iglesia, y menos aún el cambio de corazón que todo esto significa!
La Cuaresma puede ser un tiempo muy bueno para plantearnos hacer unas cuantas lecturas interesantes que nos ayuden a enfrentarnos con nosotros mismos que es a quien, normalmente, dedicamos menos tiempo. Puede ser un momento ideal para regalarnos un espacio de soledad y un tiempo de silencio en el que podamos dejar una posibilidad de apertura a las grandes preguntas, a las grandes respuestas que el hombre se hace en la vida y que el ritmo que le hemos metido a la vida, el ruido, la prisa, los problemas en que estamos inmersos, el estrés del día a día.... nos impiden percibir, que nos impiden, por lo mismo, poder escuchar a Dios.
Ya sé que todo esto resulta hoy casi un lujo en el que no se puede pensar, pero si nos damos cuenta, más que un lujo es una necesidad y una decisión que en ciertos momentos nos planteará “hacer un sacrificio”, ya que tenemos que dejar actitudes de comodidad y de rutina en las que hemos caído y que tenemos ya demasiado asumidas.