"¿ESTADO ACONFESIONAL?, ¿ESTADO LAICO O LAICISTA?, ¿ESTADO O SOCIEDAD LAICA?", por Antonio Molina Contreras

Estos días hemos escuchado a ZP anunciar que no se presenta a las próximas elecciones, pero que piensa seguir hasta terminar la legislatura. Es decir, tiene muy claro su proyecto y no piensa ceder ni un solo milímetro: establecer el laicismo como la religión de la sociedad española, confundiendo SOCIEDAD con ESTADO, es decir, sosteniendo que el que no piense como ellos está de sobra. Esto es un error tremendo, que da al traste con todas las libertades y los derechos fundamentales de las personas. Pero lo malo no es que un grupo determinado se levante pensando así y confundiendo las cosas, lo peor es que el horizonte y las perspectivas no parecen que vayan a cambiar mucho, con lo que si eso se establece como norma, al final iremos quedando como muñecos en manos del que venga imponiendo cada uno lo que se le ocurra.

Creo que vale la pena el que nos detengamos a pensar un poco para tener las ideas claras y de acuerdo a eso podamos hablar y decidir. LA VERDAD siempre es base para la LIBERTAD. Jesús lo dijo de otra manera más linda: “LA VERDAD OS HARÁ LIBRES”, por eso la MENTIRA y la distorsión siempre llevan a la confusión y a la muerte.

Quiero recoger estos artículos de un gran amigo: ANTONIO MOLINA CONTRERAS, que nos ayudan a situarnos, y desde aquí quiero darle las gracias, porque su reflexión, como hombre preparado, es de un gran valor y ayuda para todos nosotros.

Melitón


¿ESTADO ACONFESIONAL?
¿ESTADO LAICO O LAICISTA?
¿ESTADO O SOCIEDAD LAICA?

Antonio L. Molina Contreras.

El artículo 16.3 de la Constitución Española establece el principio de la aconfesionalidad del Estado al declarar que “Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuanta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”. Así de claro. La Carta Magna no se define por un Estado laico, y mucho menos laicista, esto es, beligerante contra toda organización o confesión religiosa. El Estado Español, según la Constitución, no puede ser indiferente ante el hecho religioso y está obligado a cooperar con las distintas confesiones y muy en particular con la Iglesia Católica.

Por otra parte, en ningún artículo de nuestra Constitución se dice que España sea un país laico, una sociedad laica, como tampoco aparecen los conceptos de laicista o laicidad, con los que muchos confunden, o intentan confundir, los preceptos constitucionales. El mismo artículo 16, en su apartado 1 dice: “Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley”.

Se afirma la aconfesionalidad del Estado, pero no la aconfesionalidad de la sociedad. Diversas encuestas, repetidas en el tiempo, muestran que aproximadamente el 80% de la población española se declara católica. El Estado Español, ante esta realidad, debería ser consecuente y “proteger a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones” (Cf. Constitución.Preámbulo, p.3). 

El Tribunal Constitucional, intérprete de la Carta Magna, declara, en sentencia 46/2001: “La dimensión externa de la libertad religiosa se traduce además en la posibilidad de ejercicio, inmune a toda coacción de los poderes públicos, de aquellas actividades que constituyen manifestaciones o expresiones del fenómeno religioso relativas, entre otros particulares, a los actos de culto, enseñanza religiosa, reunión o manifestación pública con fines religiosos, y asociación para el desarrollo comunitario de este tipo de actividades”.

Un Estado aconfesional no tomaría nunca partido contra la religión, ni adoptaría medidas para hacerla desaparecer de las calles y lugares públicos. No prohibiría, dificultaría o criticaría sus manifestaciones públicas, no fomentaría ni promocionaría, ni alimentaría actitudes hostiles contra la religión, la iglesia, sus miembros ni sus representantes. No negaría que lo religioso pueda tener sitio en el ámbito de lo público. Esas serían actitudes más bien propias de un Estado laicista, que va mucho más allá de un Estado laico, ya que el laicista hace del laicismo beligerante una fe, un dogma, una doctrina totalitaria, intransigente, que, con marchamo de defensa de las libertades, pretenden imponer a la sociedad desde los poderes del Estado y obligar a todos, so pena de ser descalificados como nostálgicos del nacionalcatolicismo y “fachas” ultraconservadores, menospreciando, de esta manera, los derechos fundamentales que hacen a la persona realmente libre. Con el imperativo de hacer un Estado aconfesional, en realidad están haciendo del laicismo la nueva religión del Estado.

Determinados círculos políticos y medios de comunicación tienen una inclinación perversa a confundir aconfesionalidad con laicidad, y laicidad con laicismo, y, lo que no es menos grave, a confundir Estado con sociedad civil. Así quieren exigir a la sociedad la misma neutralidad religiosa que exigen al Estado. Se olvidan que la neutralidad del Estado tiene como finalidad que la sociedad civil, los grupos sociales, puedan ejercer libremente y manifestar públicamente sus convicciones religiosas.

Estos cometen un grave error de partida: creer que lo público se identifica y agota en lo estatal. No advierten que hay muchas realidades públicas que no son estatales. Negar esta distinción es negar la distinción misma entre sociedad y Estado. Y eso es tener una concepción totalitaria del Estado, inadmisible hoy en cualquier democracia.

Los laicistas más recalcitrantes siempre ponen como ejemplo y comparación a Francia, que es un “Estado laico”. Pero el modelo más parecido a lo que sería España constitucionalmente, sería Estados Unidos: ninguna profesión religiosa es propia del Estado, pero éste acepta y protege todas las concepciones religiosas. Así, en Estados Unidos sus billetes pueden llevar inscrito “in God, we trust” (en Dios confiamos) y los gobernantes, sean del partido que sean, pueden terminar sus discursos con un “God bless America” (Dios bendiga a América). Dios no es ajeno a la vida pública, aunque ninguna fe sea oficial.

Que el Estado es aconfesional quiere decir que es religiosamente neutro. Pero esto no significa que el Estado haya de desentenderse de los derechos religiosos de la sociedad que gobierna. El Estado que pretenda ser democrático debe reconocer y garantizar un sistema de libertades públicas a sus ciudadanos, entre ellas la libertad ideológica que es la libertad para formar libremente la conciencia, la moral. Y dentro de esta libertad, la libertad religiosa que comprende tanto el derecho a profesar y practicar en público y en privado las creencias religiosas que uno elija, como el derecho a recibir la formación religiosa y moral de acuerdo con las propias convicciones.

En consecuencia, España no es un Estado laico y, aún menos, laicista. España es un Estado aconfesional. Así lo que determina nuestra Constitución y así debemos defenderlo.