Cultura cristiana y sociedad laica, por Antonio L. Molina Contreras

En la misma línea que ya hemos venido hablando sobre el tema, y ahora que ya pasaron las elecciones y nadie nos puede decir que estamos haciendo política, creo que es bueno que con sosiego y tranquilidad vayamos meditando muchas de las ideas que se nos han venido metiendo en la cabeza y que no hemos digerido con claridad. 

Nuestro amigo Antonio Molina, con su estilo sencillo y su claridad de ideas, nos ayuda a tener los conceptos claros para que no nos dejemos impresionar y seamos capaces de mantener el espíritu crítico, ahora que empezamos una nueva etapa de vida social y democrática.

Melitón



CULTURA CRISTIANA Y SOCIEDAD
LAICA

Antonio L. Molina Contreras        


Aunque la Constitución define que el Estado Español es aconfesional (art.16.3), algunos políticos, algunos medios de comunicación afines  y determinados ámbitos sociales  -que lo exhiben como argumento de su progresía- muestran una empecinada obsesión por hacer un Estado radicalmente  laico, más allá de la estricta aconfesionalidad que define la Carta constitucional. Hacen de su laicidad un dogma de fe, un axioma indiscutible, que pretenden conseguir mediante una militancia intransigente. Les gustaría ver recluida la religión católica al interior de las iglesias y sus manifestaciones sociales al estricto ámbito de lo personal y privado, confundiendo, en muchos casos y con escasa precisión conceptual,  Estado aconfesional con Estado laico  y, lo que es más grave, confundiendo  Estado  laico con sociedad  laica. Lo que, además de ser   incorrecto, es profundamente injusto.

Yo diría que tal empeño de radical laización de la sociedad les va a resultar –al menos a corto plazo- una tarea difícil, porque  la esencia de una sociedad está constituida por su tradición cultural a lo largo de siglos de historia. Una sociedad, un pueblo, sus costumbres, su cultura, sus creencias, sus valores, su visión del mundo,  es el resultado de un larguísimo y complejo pasado. Sus ramas y sus hojas de hoy  tienen su soporte  en las profundas raíces de su pasado. España –y Europa- no se pueden explicar  si eliminamos o prescindimos de  sus raíces cristianas.

Cambiar la naturaleza de las cosas costará mucho tiempo, exigirá mucha información sesgada, parcial, manipulada, y habrá que pagar un alto precio en  incomprensión de las realidades más cotidianas. Si eliminásemos los referentes cristianos ¿cómo entender la historia de España, la historia de Europa, el arte occidental, las tradiciones populares o las creencias?  ¿Qué  sentido se podría dar a las  inmaculadas de Murillo, a las madonnas de Rafael, a los apóstoles del Greco  o a los frailes de Zurbarán? ¿Estaríamos capacitados para comprender  el significado de la ingente producción de pintura y escultura? ¿Podríamos descubrir el sentido de las grandes catedrales románicas o góticas, renacentistas o barrocas, de los monasterios, sus coros y sus claustros, más allá de los simples datos materiales  sobre su estilo, sus dimensiones, coste de las obras o años de construcción? ¿Podríamos entender la música clásica, que en gran parte es de tema religioso? ¿Hasta dónde profundizaríamos el sentido del  Requiem de Mozart, del  Mesias de Häendel  o de La pasión según San Mateo, de Johan Sebastian Bach?

En lo que se refiere a las letras, Diego Quiñones dice que la literatura española “no se entiende sin lo que constituye su esencia y existencia por tradición cultural : el Cristianismo”.

Para apreciar, aunque sólo sea a título de ejemplo, hasta qué punto el Cristianismoestá en la base de nuestra cultura, en nuestro modo de ver y entender el mundo, y consecuentemente hasta qué punto resulta   ridículo el intento de hacerdesaparecer esa influencia cristiana a fuerza de leyes,  consignas o campañas,podríamos traer ejemplos de su huella en los modos de expresarse, en el lenguaje de la gente de la calle: Al Cristianismo se debe la existencia de  nuevas palabras de contenido teológico o litúrgico (Mesías, Cristo obispo, bautismo,
iglesia, cementerio
, misa, apóstol…) antroponimias (nuevos nombres de personas), toponimias (nombres de lugares, como Santiago, Santa Cruz, San Francisco, Los Ángeles, Fuensanta, Valdeiglesias… ),  saludos y despedidas  (Dios le guarde, vaya Vd  con Dios), calendario, festividades, edificaciones, patronos, romerías, gastronomía, indumentaria, etc.

Como el tema desborda los límites de este artículo y dado que estamos en  Cuaresma, traeré, a título anecdótico, algunos ejemplos de cómo la Semana Santa ha dejado su huella en el  lenguaje: “Ser más falso que Judas”, “llorar como una magdalena”,” estar más contento que unas pascuas”.  Frases como “salir de Herodes para meterse en Pilatos”, “lavarse las manos” (como el gobernador romano), “estar hecho un ecce homo”, “armar o montar el cirio”, “ser alguien un cirineo”, o  ”un Barrabás”, “hacer una barrabasada”, “de pascuas  a ramos”…  Vocablos como: Dolorosa, resurrección, hosanna, aleluya, escriba, fariseo, Verónica… O interjecciones como ¡Por los clavos de Cristo! ¡Y santas pascuas!  Nuestros dolores y sufrimientos los expresamos con  frases que incluyen palabras como “Calvario, Gólgota, Getsemaní, via crucis, para mayor inri”. Sólo  el vocablo cruz lo utilizamos, según el Diccionario dela Academia Española de la Lengua, en más de cuarenta frases o locuciones. Nos traen sabores de consuelo “la última cena, el buen ladrón, Betania, Emaús, la
Pascua”…
  (Cf M. Casado, ABC,21-3-08)

No se puede separar la lengua y la cultura, la civilización y el idioma que le ha servido para expresarse a través del tiempo, por mucho empeño laicista que pongamos.
 Durante siglos nuestra cultura,  nuestra civilización, ha sido cristiana. Y el Cristianismo ha dejado su sello y su huella en el lenguaje. Aunque afirmar esto hoy  no cotiza de “progre”. Lo “progre” es ningunearlo, matizarlo o directamente negarlo. Sobre todo, si se desea que la sociedad sea, o aparezca, laica. Pero queda el lenguaje de la gente cargado de referencias cristianas. ¿También, en pro del laicismo, habrá que prohibir el uso de este
lenguaje en lugares y actos públicos? ¿Habrá que reducirlo a monólogos solitarios y a la privacidad del  domicilio?  ¿O quizás, y desgraciadamente, la cuestión  desaparezca de la mano de un deficiente sistema educativo y sea  la creciente incompetencia lingüística de que son víctimas nuestros jóvenes la que termine por volver opacos todos estos referentes culturales de nuestra cultura cristiana?