Hacia Dios por los caminos de la Biblia, nº 51


Dios llama a Abraham

Gen.12,1-3: Yahveh dijo a Abram: «Vete de tu tierra y de tu patria y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición.  Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra.»

Christian: (Cristiano o seguidor de Cristo). Acabo de leer el texto anterior y supongo, amigo Abraham, que te quedarías de una pieza.

Abraham: La verdad es que sí me quedé sorprendido. En Harán (Jarán), en aquella ciudad caravanera, estaba ya instalado, llevando una vida de pastores, mitad sedentaria, mitad nómada. Una vida serena, después de haber dejado la expléndida Hur. Allí vivía con mi clan: mi mujer, mis servidores, mi sobrino Lot, mis ovejas hasta sentía cierta simpatía por el culto a la divinidad lunar Sin, patrona de la ciudad.

Christian: Y Dios te habló.

Abraham Sí, me habló. No sé decir cómo, ni cuándo ni dónde porque, en realidad, Dios habla al corazón. El gran acontecimirnto es la palabra de Dios dirigida al hombre.

Christian: Es maravilloso que tengamos un Dios esencialmente comunicativo. No le pasa como a los ídolos, esos dioses falsos que “tienen boca y no hablan, tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, tienen manos y no palpan, tienen pies y no caminan. Ni un solo susurro en su garganta” (Salmo 115).

Abraham: ¡¡¡Qué Dios tenemos, amigo Christian!!! Es maravilloso, aunque muchas veces incomprensible. Cuando me habló mi vida quedó como dividida por una espada cuando me ordenó: “Vete”.

Christian: Es lo mismo que hizo Jesús con Pablo en el camino de Damasco, el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer. (Hech. 9,6:). Así actuó Dios con los profetas: con Elías (1 Re. 19, 15.19); con Amós 7,15; con Oseas 1,1-3. Siempre se trata de una orden expresada con las palabras “vete”; “anda”; “mira”; “levántate y vete a Nínive, dice a Jonás. También yo, amigo Abraham, he oído la voz del Señor Jesús, que es la misma voz del Padre: Yo creía que estaba buscando a Dios y terminaba dándome cuenta de que era Él quien me buscaba. Muchas veces, en los trances de oscuridad, en los días aciagos de pesimismo, en los amaneceres sin esperanza, ha resonado en mi corazón esa voz inconfundible, que me decía: anda, levántate, ánimo, confía que yo soy tu amigo y tu escudo. 

Abraham: Me alegro de que los dos conozcamos la misma voz. Habrás notado que esa voz, cuando se oye, es, a veces, muy exigente. Te esto nos ocuparemos el próximo día.