"La liturgia es la celebración sagrada de la vida", por Melitón Bruque

“CRISTO REY”, FINAL DEL AÑO LITÚRGICO

Con la fiesta de Cristo Rey damos por concluido el AÑO LITÚRGICO. En él, hemos venido celebrando nuestra esperanza en que nuestra historia al final llegará a dónde Dios tiene establecido en su plan de salvación y felicidad para este mundo. Un mundo que creó como expresión de su amor. Para ello ha de reinar la JUSTICIA, el AMOR, la VERDAD, la LIBERTAD, la PAZ... “y todos los hombres verán la gloria de Dios”, que proclamamos en el evangelio del segundo domingo de Adviento (Lc. 3,1-6). Esta es la base y el fundamento del sentido de nuestra fe.


El "AÑO LITÚRGICO" se establece después de la reforma protestante, allá por el año 1589. Lo que se intenta con esta estructura litúrgica es que los cristianos se vayan familiarizando, sobre todo, con los acontecimientos más importantes de la vida de Jesús y, de alguna manera, la liturgia nos vaya ayudando a tomar conciencia de esas actitudes que tuvo Jesús y que nos pueden ayudar a ir haciéndolas nuestras.

También se intenta que sea un esquema pedagógico para mirar la Historia de la Salvación en la que Dios ha estado presente desde siempre y ha sido quien la ha venido guiando y la conduce hasta que todas las cosas sean regidas por su AMOR y su JUSTICIA.

Pero, sobre todo, intenta ayudarnos a comprender cómo Jesucristo no fue un hecho histórico aislado, que ocurrió hace dos mil años, sino que está presente y actuando y se nos presenta como el modelo a seguir, como el verdadero camino que el hombre puede tomar para vivir su existencia con sentido y ser él mismo. 

Apartarse de este camino que presenta Jesús es atentar contra el futuro del hombre y contra el sentido fundamental de su existencia.

El hombre, como parte de la creación entera del universo, tiene un sentido divino y responde a un plan de Dios. Cuando esto se quiere romper, estamos atentando contra el universo entero, pues todas las cosas existen interdependientes entre sí.

Por eso, el “Año Litúrgico” no es un rito ni algo arcaico y obsoleto, sino que es la actualización del sentido de la vida y de la historia, mirado desde la misma vida del hombre.

ADVIENTO, COMIENZO DEL AÑO LITÚRGICO 

El año litúrgico comienza con el Adviento. Adviento quiere decir “llegada”, pero mientras “llega”, estamos en actitud de “espera”. Y cuando esperamos un acontecimiento o, más que ninguna otra cosa, a un ser querido, estamos en una tensión especial. 

Recuerdo en este momento algunas esperas en mi vida: las que mi madre vivía cuando sabía que yo volvía de América. Me tenía arreglada la habitación y, el día que llegaba, me recibía con la comida que más me agrada y que todavía siento el sabor que ella le daba.

Recuerdo a gente que esperaba que llegara algún familiar y marcaba con una cruz cada día que pasaba en el calendario, y soñaba con todo lo que iban a hacer y los momentos que iban a vivir.

Recuerdo una semana esperando en la selva una avioneta para poder salir y la entrada de un avión para poder sacar a treinta niños... ¡Cuántas esperas llevamos pasadas en la vida! Y ¡cuánto seguimos esperando!: encontrar un trabajo digno con el que podamos vivir, terminar una carrera, sacar las oposiciones, poder vender el aceite que está almacenado en las cooperativas a buen precio, que no caiga una nube de granizos y se lleve la cosecha que hemos trabajado todo el año... Y toda la vida estamos esperando, toda la vida es un adviento.

La humanidad sintió desde siempre que tenía una llamada irrenunciable a ser feliz, pero este mundo que se había organizado no respondía a sus aspiraciones y siempre esperó que esto se pusiera bien o, al menos, que alguien viniera a arreglarlo y Dios le hizo el regalo a la humanidad; otra cosa será que los hombres le hagan caso o no le hayan querido tomar en cuenta.

Lo triste es que nuestras esperas sean siempre de algo material, concreto, práctico... que necesitamos para salir de un problema concreto y, en cambio, se nos pase lo que realmente es importante para nuestras vidas, aquello que las llena de alegría, de paz, de sentido y, nos damos cuenta cómo no esperamos a Dios y cada vez nos esperamos menos a nosotros mismos; no tenemos tiempo para esperar a nadie y no hay cosa peor en la vida que sentir que nadie te espera, que es tanto como sentir que no cuentas para nadie.

Pienso que el Adviento, en la mayoría de las veces, quien lo realiza es Dios que “espera” con paciencia infinita a que volvamos la cara a Él y le digamos, como reza el salmo 27,8, “Quiero, Señor, buscar tu rostro, Señor mío y Dios mío, enseña a mi corazón dónde y cómo tengo que buscarte, dónde y cómo puedo encontrarte”.

La liturgia en todo este tiempo de Adviento nos va indicando las actitudes correctas que debemos tener para “esperar” esa venida del Señor. Una venida que llega a cada momento y que el atiborramiento de la vida nos impide encontrar. O, cuando lo hacemos, nos deja insatisfechos, porque no responde a lo que nosotros deseábamos. Incluso hasta lo dejamos que pase sin darle importancia. Y es que nuestra insatisfacción es tan grande en la vida, que nada logra llenarla.

Dios ha venido

Hace dos mil años, en Belén, un pequeño pueblo de Israel, nace un niño sin grandes signos y sin aparentes características de líder y, menos aún, de ninguna divinidad; esa fue la forma cómo Dios entró en la humanidad y se vino a vivir con nosotros y a insertarse en nuestra historia, metiendo una semilla y una dinámica de cambio para que el hombre lograra su felicidad. Vino a dar sentido a nuestra esperanza. 

Nosotros, los cristianos, guiados por el testimonio de los que siguieron a aquel niño cuando, ya adulto, recorría los caminos de Palestina anunciando la Buena Noticia, creemos que, realmente, Él es el enviado de Dios para abrir a todos el camino de la salvación, el Hijo de Dios que nos llena de vida. 

Durante este tiempo de Adviento, recordamos todo el tiempo que la humanidad anduvo esperando aquel acontecimiento de hace dos mil años. Pero, al mismo tiempo, seguimos preparando la venida definitiva, pues creemos que este mundo y todos nosotros, ha de llegar, bajo la guía de Jesús, a su plenitud en el amor, en la justicia, en la verdad y en la paz. Por tanto, mientras vivimos aquí, seguimos trabajando, preparando, esperando esa transformación del mundo que vamos construyendo poco a poco, pero con la esperanza de que llegará a llenar toda la tierra. Puede sonar a utopía, a sueño, a algo fuera de nuestro alcance, pero tenemos la seguridad de que Dios se ha vinculado a este proyecto que es el suyo y, por eso, tenemos la certeza de que llegará a realizarse. En este sentido, podemos decir que la vida entera del cristiano es un adviento constante: es el sentido de nuestra esperanza y de nuestra lucha.

Cómo está organizado litúrgicamente este tiempo de Adviento

Entre los tiempos litúrgicos que celebramos a lo largo del año, el Adviento es el que empezó a existir más tardíamente. 

Los cristianos, al principio, empezaron a reunirse todos los domingos para celebrar y compartir su fe en Jesús muerto y resucitado mediante la celebración de la Eucaristía. 

Luego, muy pronto, empezaron a celebrar, una vez al año, el aniversario de esta muerte y resurrección, la fiesta de la Pascua. 

Después organizaron la Semana Santa y, después, un tiempo para celebrar más ampliamente la vida nueva de Jesús resucitado -el tiempo pascual- y un tiempo de preparación -la Cuaresma-. 

Y no fue hasta bastante más adelante, a principios del siglo IV, que, en Oriente, comenzó una fiesta que conmemoraba la aparición del Hijo de Dios como luz para la humanidad, y que se celebraba el 6 de enero. Y, finalmente, en un calendario del año 354 aparece indicada por primera vez, para el 25 de diciembre, coincidiendo con la fiesta romana del "día del Sol" (la fiesta de los días que empiezan a alargarse), una fiesta para conmemorar el nacimiento de Jesús. 

Y fue a partir de ahí cuando nació el Adviento. Por el deseo de preparar esta celebración del nacimiento de Jesús, comenzó a organizarse un tiempo que tenía distinta extensión y distinto contenido según los lugares. Y este tiempo de preparación fue evolucionando hasta quedar fijado como está actualmente. 

En nuestra liturgia, el tiempo de Adviento comienza cuatro domingos antes de la Navidad. Esto hace que no siempre tenga la misma extensión. Porque, dado que la Navidad, el 25 de diciembre, no se celebra en un día fijo de la semana, si resulta, por ejemplo, que cae en domingo, entonces el Adviento comienza el 27 de noviembre y tiene cuatro semanas justas; y en cambio, si cae en lunes, entonces el cuarto domingo anterior es el 3 de diciembre, y el Adviento tiene sólo tres semanas y un día. Entre esas dos fechas, el 27 de noviembre y el 3 de diciembre, puede empezar el Adviento.

El Adviento, por tanto, tiene siempre cuatro domingos, que son los que marcan, para la mayoría de los cristianos, los contenidos principales del tiempo. Cada domingo de Adviento se centra en un aspecto concreto:
  • Primer domingo. La atención se centra sobre todo en la última venida de Cristo, al final de los tiempos, y en la llamada a permanecer en actitud vigilante. 
  • Segundo y tercer domingo. El principal protagonista es el precursor Juan Bautista, que nos anuncia la venida del Señor a nuestras vidas y nos invita a prepararle el camino. 
  • Cuarto domingo. Nuestros ojos se fijan ya de lleno en las fiestas de Navidad que se acercan, y contemplamos a María, la Madre de Dios que trae a su hijo al mundo, y también a José, su esposo. Y todo ello, que lo vivimos sobre todo a través del Evangelio, va acompañado también por unas primeras lecturas del Antiguo Testamento especialmente importantes y relevantes: en ellas, en efecto, escuchamos los anuncios de Isaías y de los demás profetas, que nos transmiten la esperanza del Mesías, la esperanza gozosa en la salvación que Dios promete, y nos invitan a confiar en él y a pedirle que venga a salvarnos. 
Pero además de los domingos, también son importantes para los que quieran vivir con intensidad este tiempo los días laborables. 

Las lecturas de la Eucaristía de los días laborables, y todos los demás textos de oración, hacen penetrar en nuestro interior la gran riqueza espiritual de este tiempo. Y será en los días laborables donde se notarán de un modo especial las dos partes en las que el Adviento se divide. 

Por un lado, hasta el 16 de diciembre, las lecturas nos invitan a prepararnos en la esperanza y la conversión para la venida del Señor a nuestras vidas, guiados sobre todo por el profeta Isaías y el precursor Juan Bautista. Mientras que después, los últimos días, del 17 al 24, todo nos conduce a centrar nuestra mirada en la preparación del nacimiento del Hijo de Dios; se trata de unos días que, como algunos dicen, son como una "semana santa" de preparación de la Navidad. 

El Adviento, la espera de la venida del Señor, es el primer paso de esta historia anualmente revivida.